miércoles, 13 de abril de 2011

BORIS VIAN, EL LOBO QUE SOY

Hoy escribo tras un pequeño parón. Y escribo de nuevo con ganas porque me alejo de la actualidad de Gallardón y los sin techo, de Aguirre y la excelencia, de las elecciones, de Japón.
Me alejo del sensacionalismo mediático y me acerco a la cara b del corazón. Hoy quiero que escribiendo sea él quien hable. Y cuando digo él me refiero a un autor que considero guía, ejemplo y rufián. Un ingeniero, músico de jazz y escritor que era capaz de las palabras más dulces y de los más insanos disparates poéticos. Hablo de Boris Vian.

En el 2009 se cumplió el 50 aniversario de la muerte del autor de Escupiré sobre vuestra tumba. Y si bien en Francia se conmemoró como mítico, en España pasó sin más gloria que quizá alguna reseña. Pensé en hacer en esta entrada una buena recopilación de sus grandes obras, de sus canciones, de su carácter de juego con cierta mala idea y sin más que la piel de bandera, pero no me sale. Tenía abiertas varias páginas de información, artículos, fechas y solemnidades. Pero es que le siento inserto en los años que soy y lo natural me parece simplemente escribir las emociones que me provoca.

Descubrí a Vian no hace mucho, en una estantería junto a una recopilación de cuentos negros de Poe, y desde el primer momento supe que era como un tiro. Directo. Al menos así lo es en Escupiré sobre vuestra tumba. Tumbado a la sombra de una palmera devoré el carácter de fuego del protagonista, Lee Anderson. Pude beber de su rabia y hacerla mía, despreciar a esa clase alta existiese o no, justifiqué mil veces el asesinato y me excité de sangre agolpada cuando describía la violencia de esa vida. Cuando en menos de lo que va entre que el sol quema a las cuatro en verano y deja de picar, me levanté con el pecho henchido de vitalidad, de vitalidad hija de rabia y orgullo, hija de injusticia y desencanto y de risa malvada. Me fui sabiendo que ocupaba un espacio mucho mayor que el físico, que cualquiera que pasase junto a mí lo notaría, que podía imponer miedo o respeto u odio, pero nunca compasión.

El segundo libro que me leí fue sin duda el que para mí es más enigmático y así lo consideran también numerosas críticas. Accedí a La hierba roja en otra estantería que siempre me sorprende con pequeñas joyas desconocidas. Un libro misterioso que lees una y otra vez y no entiendes, pero te intriga, está imantado a la cabeza. Una y otra vez das vueltas a lo dicho y le encuentras significados más inverosímiles a cada ocasión. Un libro que dicen que trata sobre la construcción de una máquina hacia el pasado de los personajes, y que yo definiría como un libro que se autoconstruye a medida que avanza y te deconstruye la razón. Un libro que dice ser una cosa que no es, pero que no es sino lo que dice. Un libro que bucea en el alcohol etéreo de las noches adolescentes, que te pide bésame y vete y no quiero que vivas sin mí. Un libro que no habla sino de lo que quería que me hablase. De mí.

Y hace poco leí el famoso El lobohombre, cuento recogido junto a otros quizá aún más brillantes. Vian deshace al hombre lobo y te susurra al oído que el hombre es violento por naturaleza, que el lobo es mansa fiera, que el hombre aúlla ténebre cuando se percata de un ojalá fuese lobo, y se lame las heridas. Vian es el que dibuja lunas llenas y tú el que sientes la piel erizarse y ves la fuerza en tus pupilas y al aullido en el fondo de tu garganta.
Y luego va el francés y te escribe ese chirrido metálico que tenía su trompeta, y lo ves en las palabras, y piensas que estás leyendo una partitura, y la lees con los oídos, y se empeñan en decirte que son letras, sólo letras. Pero cada página narra acordes de jazz nocturno y humo de clubes plagados de ojos de, ahora sí, las lobas de sangre veloz que reclaman sangre de fuego que beber.

Boris Vian es el paso definitivo entre ser adulto y ser sujeto que se mueve en un mundo confinado a lo mental y que se expande en el físico. Su relato vital son las instrucciones para adaptar las ardientes pasiones de la sexualidad al juego de la mente niña. Sus historias son las que trasladan pensar al sentir y sienten el pensar. Las que, por desgracia, sólo ven unos pocos que continúan tras unos primeros capítulos que ya han retado de sobra a las concepciones más valientes y desacomplejadas del mundo sobrio.

Un placer leerle mientras se escucha su voz como de pantano poco profundo y se emborracha uno con ambas cosas (y dejo una de sus canciones).

Me despido diciendo: "Sexualmente, es decir, con mi alma".

2 comentarios:

  1. Una entrada que desprende entusiasmo en cada palabra. Aunque ahora me encuentró casi terminando "Escupiré sobre Vuestra Tumba", el estilo del escritor me ha gustado lo suficiente como para tener en la lista de pendientes unos cuantos más.
    Es brutal lo crudo y visual que es con sus palabras

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  2. Impresionante entrada, de veras!
    Hay que pillar ese libro como sea! :)

    Enhorabuena. Un abrazo.

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